A inicios de este verano pasé un mes en Indonesia, mi tercer país en este periplo viajero.

Los últimos días los pasé en la isla de Lombok. Y en esos días se concentró lo mejor y lo peor de un país que está claro que no me dejó indiferente.

Lombok es fantástica, exuberante, auténtica, cautivadora y poco explotada turísticamente, todavía. Así que visitarla debería ser obligado en cualquier viaje por el país.

A Lombok llegamos (una amiga con la que viajé un par de semanas y yo) procedentes de Gili Trawangan, una de las tres islitas paradisíacas famosas por sus fondos marinos y su ‘libertinaje’.

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Los primeros días nos hospedamos en Senggigi, una localidad bastante turística de la costa oeste y en donde encontramos un hotel con piscina pagando 5 euros la noche por persona, un lujo para unas mochileras como nosotras, acostumbradas a hostels y hoteles de baja categoría.

En Senggigi disfrutamos de las puestas de sol, de los warungs locales (pequeñas tiendas o restaurantes), de la tranquilidad de la piscina, y de un poco de descanso, y todo esto, a bajo precio, ya que Lombok es una isla bastante asequible. Además, mi amiga y yo, habíamos decidido empezar la “operación austeridad”, así fue como llamamos al hecho de que teníamos que sobrevivir en Lombok con lo menos posible, después de los grandes gastos en Bali y Gili.

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El segundo día en la isla alquilamos una moto y condujimos durante 2 horas y media bordeando la costa hasta llegar a Senaru, el pueblo base para visitar 2 cascadas impresionantes. A pesar de que el camino hasta las cascadas no dura mucho, nosotras le pagamos a un chico local para que nos acompañara ya que habíamos leído en internet que había que atravesar algún río. La primera cascada era Sendang Gile y nos gustó, pero la que realmente valía la pena era Tiu Kelep, a medida que te ibas acercando, el vapor de agua iba empapando toda tu ropa, mi amiga se bañó y yo me metí con ropa y con las zapatillas ya que era todo muy resbaladizo. Valió la pena. Estar ante semejante salto de agua, rodeadas de naturaleza fue precioso.

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El camino de vuelta a Senggigi nos reconfirmó lo que ya habíamos detectado a la ida, Lombok nos había enamorado. Campos de arroz donde se reflejaba el cielo, preciosas mezquitas, campos verdes y palmerales, playas de arena negra, de arena blanca, el monte Rinjani medio escondido por la niebla, y un sinfín de atractivos que habían convertido a esta isla, en solo 2 días, en nuestra preferida en Indonesia.

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Nuestra próxima parada fue Kuta, una pequeña localidad costera al sur de la isla. Reservamos el hotel más barato del lugar y el primer día lo pasamos explorando las cuatro calles polvorientas, la playa del pueblo, con sus pescadores y sus redes, los búfalos pasturando, decenas de surferos en dirección a la playa en busca de olas, y además probamos una de las mejores hamburguesas vegetarianas que he comido en mucho tiempo.

Kuta es famosa por el surf y por sus playas, así que al siguiente día volvimos a alquilar una moto y nos aventuramos a la carretera.

En algún otro momento contaré mi experiencia con las motos. Nunca antes había conducido una, pero en Tailandia, hace 4 meses, lo probé por primera vez, ¡y ahora me encanta! Además, creo que es una de las mejores maneras de moverse, la sensación de libertad es mucho mayor que yendo en bus o automóvil.

Visitamos Sade, un pueblo artesano con unas casas muy particulares. Ahí charlamos con la gente local y vimos las condiciones en las que vivían. Se constataba la pobreza.

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Seguidamente, las playas nos esperaban, así que nos dirigimos a unas cuantas. Paramos un ratito a tomar el sol, comimos en un warung y por la tarde fuimos a Selong Belanak, una playa espectacular, llena de pequeños cangrejos, barcas de pescadores y una puesta de sol inigualable. Nos volvimos a enamorar de Lombok, más aún de lo que ya lo estábamos. Por el camino, los niños nos sonreían, nos saludaban, las mujeres cargaban grandes paquetes o cajas en las cabezas, los búfalos pasturaban a sus anchas y había que esperar a que pasaran, las mezquitas llamaban a la oración, los campesinos trabajaban sus últimas horas antes de que anocheciera…y todo era mágico. Lombok ya había entrado en mi corazón. Y a pesar de lo que ocurriría después, sería ya imborrable.

El sábado empezó como un día normal, hacía sol y decidimos de nuevo alquilar la misma moto para ir a otras playas. Nos dirigimos a Tanjung Aan, una playa en forma de media luna y muy tranquila. Al llegar, no quisimos dejar la moto en un parking que había ya que no queríamos pagar. La aparcamos al lado de un árbol. Craso error.

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Estuvimos 2 horas en la playa, 2 horas muy intensas, los niños se nos acercaban para vendernos pulseras, las señoras de la zona querían que compráramos algún sarong (pareo), un chico nos vendió un coco, el cual compartimos con una perra hambrienta y en periodo de lactancia. En esas dos horas alguien nos robó la moto.

Cuando volvimos donde la habíamos dejado y no estaba, nos empezamos a preocupar y preguntamos a toda la gente que andaba por ahí. Nadie sabía nada, o eso querían aparentar. Después de un rato preguntando apareció un buen  hombre, Iwan, indonesio pero criado en Holanda. Nos quería ayudar.

Nos dijo que nos acompañaría a la policía a hacer la denuncia y así nos podría ayudar en la traducción. Esperamos hora y media a que la hija pequeña del buen hombre acabara de jugar. Cuando finalmente pudimos marchar nos subimos al coche de Iwan, conducido por su chófer. De camino al pueblo tuvimos un pinchazo. ¡Qué día más fatídico! Pero si todo fuera eso…

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Lo que siguió durante esa tarde y el día posterior fue un auténtico calvario.

Llegamos al hotel después de cambiar la rueda del coche, junto con Iwan, su mujer, su hija y su chófer. Ellos fueron nuestros intérpretes y quienes nos apoyaron en todo momento. El personal del hotel llamó al dueño de la moto y en media hora había 3 hombres allí. El dueño y dos amigos suyos. El dueño nos pidió desde un inicio 10 millones de rupias (600 euros), pero nosotras, ni queríamos pagarlo (no habíamos firmado ningún contrato de alquiler de la moto por lo tanto no teníamos por qué pagar), ni podíamos pagarlo (es una cantidad muy elevada para nuestros bolsillos). Además, el chófer de Iwan nos indicó que en esta isla todo el mundo se conoce y que seguramente la moto sería encontrada en breve, incluso podía ser que el dueño y el ladrón estuvieran compinchados y de este modo sacar dinero a los turistas.

Al no haber acuerdo, fuimos a la comisaría y entonces sí que nos dimos cuenta de que teníamos las de perder. En vez de una comisaría parecía una casa abandonada y tétrica, el policía no hablaba inglés y además no paraba de bromear con los dueños de la moto.

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Iwan estuvo presente un buen rato pero le surgió una llamada inesperada y tuvo que marcharse. Allí nos vimos acorraladas. Era ya de noche, estábamos en una comisaría oscura y alejada, y el policía y el dueño de la moto y sus amigos no paraban de hablar pero nosotras no entendíamos nada…Ahora quien tenía que traducir era el dueño, por lo tanto podía “manipular” lo que el policía decía. Ofrecimos al dueño la posibilidad de darle 4 millones de rupias (250 euros), que era lo máximo que podíamos darle. No aceptó.

Se nos comunicó que al no haber acuerdo debíamos ir a una comisaría central, a media hora de allí, y después a la playa donde nos habían robado la moto, junto con la policía, a investigar. Como he dicho antes, era de noche y no nos sentíamos nada seguras, así que les propusimos realizar todas estas diligencias pero a la mañana siguiente. Accedieron.

Volvimos al hotel. Estábamos en un porche exterior y en medio de la oscuridad apareció un amigo del dueño diciéndonos que aceptaba los 4 millones, que nos olvidáramos de la policía. Nos dijo que pasaría a las 8.30 de la mañana siguiente a recoger el dinero.

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Esa noche dormimos tranquilas y contentas de saber, que aunque tuviéramos que pagar algo, podríamos librarnos de esta gente y de este asunto. Que equivocadas estábamos.

A la mañana siguiente el dueño apareció pero 2 horas más tarde, nos dijo que se lo había repensado, que no, que quería el valor de la moto entera, 10 millones de rupias. Fuimos a la comisaria de nuevo, el comisario estaba durmiendo y había un niño sucio que lo intentó despertar. ¿Qué clase de policía era esa? ¿La policía que nos iba a ayudar? Fue imposible despertar al policía. El dueño de la moto se puso agresivo y nos pidió el dinero. Le dijimos que no íbamos a pagarle 10 millones y que íbamos a llamar a la embajada.

Hablamos con la embajada y nos indicaron que, legalmente no debíamos pagar la moto ya que no habíamos firmado ningún contrato de arrendamiento, pero, que estábamos en el tercer mundo, y aquí los asuntos se resuelven de distinta forma, así que lo más fácil era pagar y largarnos. El problema: 600 euros era un palo muy grande para nosotras. En una llamada posterior, la embajada cambió de opinión y nos dijo que nos fuéramos sin pagar. Literalmente nos dijo: escapen de ahí como puedan.

También mi familia insistió en que nos fuéramos, pero no era fácil, pasamos el día vigiladas, en la puerta del hotel había 5 o 6 personas siempre, y cuando salimos a la calle a comer nos vigilaban continuamente.

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En un momento de la tarde hablamos con el dueño y nos dijo que no podíamos irnos sin pagar los 10 millones, que era simplemente imposible porque nos privarían la salida del pueblo, nos podían incluso maniatar, nos dijo que lo habían hecho en otras ocasiones y que no saldríamos de allí. Hizo también gestos de cortarnos el cuello. Teníamos miedo, y no teníamos escapatoria. No teníamos ayuda de nadie. Además, para salir de allí necesitábamos a alguien que nos llevara, no hay transporte público y todo el mundo se conoce, él impediría a cualquiera que nos sacara del pueblo.

Finalmente, y después de vernos acorraladas por este grupo de mafiosos y sin ver escapatoria posible decidimos que íbamos a pagar sacando el máximo de dinero de varias cuentas bancarias y juntando el efectivo que teníamos. Nos quedamos sin prácticamente nada para comer esa noche.

Nos custodiaron hasta el cajero automático, fue una situación extraña, nos sentíamos prisioneras, dirigidas por ellos, habían conseguido lo que querían.

La moto que nos robaron

La moto que nos robaron

Fuimos a la comisaria y les entregamos el dinero, un fajo de billetes con 10 millones de rupias, 600 euros (lo que a mí me llega para vivir mes y medio viajando) y justo era la hora de romper el ayuno del ramadán. Empezaron a comer y beber, a hacerse fotos con el dinero, a sonreír, el policía nos hizo muchas fotos, yo solo pensaba en lo injusto que había sido todo, sabíamos seguro que la moto ya la habrían encontrado, pero quisieron sacar el máximo de provecho de 2 turistas que no tenían otra opción que pagar. Fue bochornoso ver como gente sin escrúpulos se había apoderado de nuestra libertad durante 2 días.

A pesar de todo, abandonamos la comisaría con un suspiro inmenso y unas ganas terribles de salir de ahí. Finalmente, a la mañana siguiente dejábamos Kuta aliviadas y mucho más pobres. La “operación austeridad” no había funcionado

¿Y qué es lo más curioso? Que aun así, Lombok tiene algo que engancha, y que hace que quieras volver. Eso sí, la próxima vez quizás me dedico al surf en vez de ir en moto.

10 millones de rupias

10 millones de rupias

 

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