Parece mentira que haya tardado tanto en escribir mi primer post, pero aquí está.

Escribo estas líneas desde mi bungalow enfrente del mar en Koh Yao Noi, una pequeña isla del mar de Andamán.

Llevo 19 días en Tailandia, en los que no he parado…y es que de eso se trata ¿no? Iris en ruta… ¿o quizás no es así?…la cuestión es que en una ruta hay que detenerse de vez en cuando…y es a eso a lo que he venido a Koh Yao Noi…a descansar; y a estrenar el blog.

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Como no quiero que mi primer post ocupe 15 páginas, he aquí un resumen de lo que han dado de si estos 19 días en el país de la sonrisa:

Mis primeros días los pasé en Bangkok, que me recibió con un calor asfixiante, y unido a mi cansancio y jet lag, las primeras impresiones no fueron positivas (perros callejeros por todas partes, suciedad, caos, polución, ruido…y más calor). Pero 5 horas de siesta nada más llegar al hostel, una ducha y un nuevo amigo alemán me dejaron lista para explorar la ciudad que después me enganchó y la cual no quería abandonar después de 4 días de templos, pad thais, fiesta, cervezas Chang y un puñado de nuevos amigos de todas las partes del mundo.

Pero Bangkok será mi base en el sudeste asiático, así que volveré y seguiré descubriendo sus rincones.

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Salir de Bangkok fue un respiro. Ayutthaya y Sukhothai fueron las siguientes ciudades que visité. Las dos han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y es fácil explorarlas, aunque tuve que soportar un calor abrasador y bebí como 5 litros de agua por día, valió la pena. Lástima que tuve un pequeño problema con la cámara y las fotos no reflejan la gran belleza que vi.

Era la primera semana y ya me iba integrando en Tailandia, empecé a sentirme más cómoda con la gente, con la comida, sabía calcular bien los precios, etc.

En Ayyuthaya tuve mi primer susto del viaje cuando, explorando un templo solitario y al atardecer, un perro callejero intentó atacarme y vino corriendo y ladrando hacia mí. Recordé haber leído que no hay que mirarles a los ojos y hay que seguir caminando intentando proteger los brazos y manos. Así lo hice y después de unos 15 segundos el perro se fue…pero el miedo en el cuerpo lo tuve por unas cuantas horas…

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La verdad es que en otro post hablaré de la situación que viven los animales aquí en Tailandia, muy triste en la mayoría de los casos, sobre todo desde la perspectiva de una persona vegetariana.

Mi siguiente destino fue Chiang Mai, la segunda ciudad del país y donde pasé unos días muy agradables. De momento se ha convertido en mi ciudad favorita en Tailandia, lástima que no tenga mar.

Chiang Mai es acogedora, paseable, simpática y mucho más bonita que Bangkok, a mi parecer, claro está.

En Chiang Mai estuve en el Elephant Nature Park, una reserva donde viven elefantes rescatados de un pasado de trabajos duros, circos, espectáculos turísticos y mucho sufrimiento. En el Elephant Nature Park no se monta a los elefantes, simplemente se está con ellos, se les alimenta, se les baña, se les ve vivir tranquilos, que es como debería ser. Lamentablemente, de los 5000 elefantes que hay en Tailandia sólo 39 están aquí. Todavía queda mucho trabajo por hacer.

Otra de las cosas que hice en Chiang Mai fue darme el placer de un masaje tailandés, mi cuarto masaje desde que estoy en el país, y es que es algo adictivo, ¡y son tan baratos! En este caso fui a una asociación de gente invidente y fue una chica quien me practicó un masaje, para mi gusto, algo fuerte, pero que me dejó el cuerpo como nuevo.

Y es que el masaje tailandés no es, digamos, relajante. Los músculos se aprietan y se hace presión sobre varias partes del cuerpo, y en ocasiones, duele.

Cuando terminé el masaje estaba diluviando, aun así me dejé mojar por la lluvia ya que el hambre apretaba…y me dirigí a un restaurante a comer un pad thai (plato típico tailandés).

En el bar de al lado un chico cantaba en directo una canción de Nirvana. Escuchar esa canción, mientras veía llover y comía ese delicioso plato de tallarines me proporcionaron una sensación de felicidad que no había experimentado en mucho tiempo… y es que me sentía contenta, feliz de cumplir mi sueño, y sobre todo libre, muy libre, creo que por primera vez en mi vida estaba haciendo lo que de verdad me pedía el corazón y estaba cumpliendo un sueño, y es que los sueños están para cumplirlos ¿no es así?

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A Chiang Mai le siguió Pai, un pueblito en las montañas al que llegas después de mil curvas y un mareo considerable. Pero vale la pena. Pai tiene un ambiente muy hippie y alternativo, dicen que está cambiando rápidamente pero todavía se respira tranquilidad y se puede practicar el “dolce far niente” o bien bañarse en las cascadas o en las aguas termales de la zona.

Alquilé un bungalow muy sencillo que tenía una hamaca fuera, donde el segundo día dormí una siesta memorable, con un silencio absoluto y las montañas de frente.

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Aparte de las siestas y de lidiar con mil y un animales que se colaban por el techo del bungalow (lagartijas, mosquitos, arañas, lagartos más grandes, moscas, insectos de todo tipo…) estuve con varios viajeros que había ido conociendo en diferentes partes de Tailandia, y es que si me pongo a pensar, he estado muy poco tiempo sola. Cada día he conocido gente nueva, con algunos he compartido una cena, un trayecto en autobús o una simple charla en un albergue; otros en cambio se han convertido en compañeros de viaje por varios días; pero la cuestión es que todos ya forman parte de mi viaje.

Después de más de dos semanas entre templos, montañas, asfalto, elefantes y mucho calor… necesitaba ver el mar.

Aunque suelo planificar mi recorrido con sólo un día de antelación y no tengo una ruta establecida mi idea inicial era pasar más tiempo en el norte y quizás cruzar la frontera con Laos…pero, no sé si fue el calor, las ganas de bucear o el hecho de ver fotos del mar de Andamán, la cuestión es que tomé una decisión y a la media hora tenía un billete de avión destino Krabi, una de las provincias más fotogénicas de Tailandia gracias a sus características formaciones calizas en la costa.

Y aquí estoy, en una isla musulmana de 4500 habitantes disfrutando de uno de los mejores atardeceres y rodeada de gatos (están por todas partes)…así que soy feliz.

Más y mejor en la próxima crónica, que prometo ya, que será pronto.

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